Miércoles 3/2/2021
FOTO: M.T ElGassier
Texto: Alejandra Misiolek Marín
El apego es nuestro estilo de relacionarnos con los demás que se establece cuando somos bebés y es estable a lo largo de nuestra vida.
Los últimos estudios nos dicen que nuestro cerebro de mamíferos es profundamente social y las relaciones tienen un gran impacto en las funciones neuronales. Lo que es muy importante es el hecho de que esta influencia es bidireccional: las relaciones dan forma a la mente y la mente da forma a las relaciones.
Lo que se crea a través de esas interacciones interpersonales es el estilo de apego.
Los estudios demuestran que nuestro estilo de apego preestablecido a los 12 meses es estable a lo largo de nuestra vida. Esto significa que la forma en que aprendemos a relacionarnos con nuestros cuidadores es el mismo estilo que adaptamos cuando nos relacionamos con nuestros socios.
¿Y cómo se crea este estilo?
El estilo de apego es co-creado con el cuidador sobre la base de la influencia bidireccional de la madre y el bebé. Cuanto más estemos en sintonía con nuestros padres, más valiosos nos sentimos por ellos y por lo tanto establecemos un valioso sentido de uno mismo o una alta autoestima.
En otras palabras, las relaciones forman un modelo mental que se almacena en nuestra memoria implícita y que permite generar generalizaciones y síntesis de experiencias pasadas. Estos modelos sesgan nuestra cognición presente de una manera que nuestro cerebro aprende del pasado e influye directamente en nuestro presente y modela las acciones futuras.
Hay autores como Beatrice Beebe o Edward Tronick, que en base a años de experiencia sobre la relación entre madres y bebés han aportado mucho a la teoría de la intersubjetividad, muy importante para el psicoanálisis relacional actual. La teoría de la intersubjetividad defiende la influencia mutua y la co-creación de relaciones.
Beebe hizo tales observaciones mientras grababa a las madres y sus bebés por separado, y superponía ambas imágenes, haciéndolo todo en cámara lenta. En cámara lenta, podemos ver cómo ciertos micro gestos de la madre afectan las reacciones del niño y cómo las reacciones del niño influyen luego en las micro reacciones de la madre. Se toca una especie de “danza” que, repetida muchas veces, se recuerda y se convierte en nuestra forma automática de ser o en nuestro estilo relacional.
Si nuestros padres están en sintonía con nosotros, es decir, sus reacciones son adecuadas y como resultado de nuestras reacciones, vemos que tenemos una influencia sobre nuestros padres, nuestro sentido de agencia se forma. Creamos nuestro sentido de creernos importantes y comenzamos a comprender nuestra influencia en los demás.
Si realizamos este baile, tiene un efecto positivo en el aprendizaje de la regulación emocional. Sin embargo, en cada interacción, siempre hay alguna interrupción en este sentido, que, sin embargo, puede repararse. Hay un ejemplo claro de interrupción que podemos observar en el experimento de Tronick, en el que la madre no muestra ninguna emoción hacia su hijo y a consecuencia de esto el niño se muestra agitado.
Cuando estas interrupciones no se reparan, entonces estamos creando un impacto negativo en la formación del sistema emocional del niño y, como resultado, una baja autoestima.
En conclusión, nuestra autoestima se establece a través de las relaciones con los demás y solo se puede modificar de la misma manera, creando nuevas experiencias relacionales.
Fuentes: