Miércoles 29/3/2023
FOTO: Katarina Wolnik Vera
Texto: Nicoleta Casangiu y Alejandra Misiolek
Después de que las cifras de personas diagnosticadas con un trastorno mental aumentaron de manera alarmante y desproporcionada en la última década, especialmente en Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa, se ha revisado el sobrediagnóstico especialmente en los Trastornos del Estado de Ánimo de la adultez, en el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en la infancia, y en el Trastorno del Espectro del Autismo en la misma etapa del desarrollo.
Los diagnósticos clínicos son una herramienta fundamental de la comunicación entre la persona y el profesional y también entre los distintos profesionales de la salud.
Cuando hablamos de salud mental, recibir un diagnóstico, poner un nombre al sufrimiento permite a la persona entender qué le pasa o produce su sufrimiento y, por tanto, le permitirá adherirse a un tratamiento y a unas pautas específicas de autocuidado.
Sin embargo, es un arma de doble filo no contemplar el efecto que los diagnósticos tienen sobre quienes los reciben.
Recibir un diagnóstico, una “etiqueta” puede generar el efecto justamente contrario. Es decir, que la personas se acomode en su sufrimiento y formas de proceder poco saludables porque su etiqueta diagnóstica le justifica y le exime tanto de la responsabilidad como de la confianza en poder cambiar su situación. En estos casos, los intentos activos por superarse, por reconducir la situación, por aprender y madurar se hacen aún más cuesta arriba. Existe la posibilidad de que queden relegados debido al rol de enfermedad que confiere recibir un diagnóstico y puede hacer dependiente a la persona de terceros, ya sean familiares y/o profesionales.
Otra consecuencia negativa puede ser la resistencia a buscar ayuda. El hecho de que determinados trastornos psicológicos tienen asociadas ciertas creencias negativas dificulta el proceso de pedir ayuda cuando realmente se necesita.
Los trastornos psicológicos suelen afectar al funcionamiento de la persona repercutiendo a nivel laboral, académico y la persona se puede encontrar con dificultades en el acceso laboral, vivienda debido a dificultades para integrarse y para acceder a servicios básicos. Los estigmas hacia una persona con un diagnóstico también pueden afectar al entorno más próximo como la familia, los amigos o los compañeros de trabajo.
Una de las consecuencias más evidentes de la existencia de los estigmas en algunos trastornos psicológicos es el autoestigma y se considera una de las consecuencias más graves. Hace referencia a la aceptación que hace una persona que padece un trastorno mental de los prejuicios negativos por parte de la sociedad. Esto conlleva efectos negativos como menor autoestima, menor expectativas de autoeficacia que repercuten de manera muy negativa en la calidad de vida de las personas, a la busca de ayuda y al proceso de recuperación.
Por este motivo, los expertos remarcan la responsabilidad de los profesionales del ámbito de la salud mental a la hora de hacer interpretaciones excesivamente laxas en el diagnóstico de los trastornos mentales, así como la necesidad de que antes de hacer un diagnóstico, primero se intente intervenir en el entorno, analizando el ámbito relacional y teniendo en cuanta que consecuencias pueden derivar del hecho de recibir un diagnóstico.
Asimismo, queremos abogar por no reducir a las personas a etiquetas y promover un cambio desde una mirada más hacía adentro y con la ayuda de un profesional de la salud mental, analizando más a fondo que detrás de un “diagnostico” hay una persona con una historia personal, en un entorno social y familiar.
Fuentes:
- García Peñas, J. J. y Domínguez Carral, J. (2012). ¿Existe un sobrediagnóstico del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH)?. Evidencias en Pediatría, 8(3): 1-5.
- Pedersen, D. (2005). Estigma y exclusión social en las enfermedades mentales: apuntes para el análisis e investigación. Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina, 55(1), 39-50.